Lo importante es pequeño. Nuestra actitud, un segundo.
Y los días que pasan, no son más que un sueño.
Vives en tu mundo. Y te mienten porque dejas.
Ni réplicas, ni quejas,
siguen vacíos.


lunes, 19 de diciembre de 2011

Sin, siento

Sin ver. Miro sin ver.
Sin mirar. Veo sin mirar.
Sin oir. Escucho sin oír. 
Sin escuchar. Oigo sin escuchar.

Sin sentir. Siento sin sentir.
Sentir. Siento sin sentir.
Sin,
siento.

miércoles, 24 de agosto de 2011

La Otra

Más pequeña y más débil. Y me has dejado sin palabras. No es para nada algo bueno. Quiero decir, que me has dejado muda. No puedo hablar más de lo que ya dije, porque sé que no diré nada mejor. Al menos después de leer lo que hiciste. Tu obra, tu relato, tu cortometraje.
Me dijiste que tuviese cuidado. Tú no eras tu obra. Pero tu obra sí que eras tú. Algo difícil, no tanto de comprender pero sí de querer asimilar. Porque por querer, sabías y sabes que iba a querer lo otro. Eso Otro. Y ahora, me enfrento a un perverso polimorfo. Sin sentidos, sin cuerpo; pero con el conocimiento y la mente de un erudito. Y yo me siento pequeña, y más débil, y más manejable. Pero no es para nada algo malo. Tan sólo, que se aclara y me afirmo qué es lo que soy para ti. 
Una amiga
Una amante
Una muñeca, una marioneta, un juego, una película. 
Soy esa película que te gustó. No soy Anie Hall. Soy esa Otra. 

-Que te vaya bien, nos llamamos. Recuerda que me debes un libro. 

Qué más dará mientras te vea. Fuera romanticismos. Tú. Amigo, amante y juego. 

sábado, 20 de agosto de 2011

Cigarro se llama y lo llamo

Nos sentimos más seguras cuando conocemos las cosas. Y sobre todo, cuando les ponemos un nombre. Cuando conocemos una cosa, la asociamos a su nombre. Todas y todos tenemos una mesa en nuestras casas. Y cuando vamos a otras casas, aunque las mesas sean distintas, sabemos que es una mesa. Todas y todos tenemos un trabajo, unas obligaciones. Y también, aunque sean distintas y más variadas, sabemos definirlas y explicarlas. Y sobre todo, quejarnos muchas veces de ellas. Pero cuando hablamos de otras cosas, más personales, más cercanas o más humanas, nos cuesta más definir o consensuar cuál debe de ser su nombre. Me gusta la música, pero no la misma que a todas las personas. Me gustan los hombres. Pero mis hombres no gustan a todas las personas. Y no sólo físicamente, sino también de carácter. Porque me gustan hombres difíciles, y tengo cierta facilidad para escoger los más complicados. Para mi, los más atractivos. ¿Será que quiero enfrentarme a lo que cuesta definir? Pero también, cuando escuchamos en los telediarios, el número de muertos "colaterales", se habla de mercado, cuando es especulación; cuando se habla de ayuda humanitaria, cuando no son más que migajas que éste "primer mundo" se atreve o se digna a soltar; las cosas son más complicadas. 
Soy una mujer muy materialista. No creo en nada más de lo físico. Todo lo que creo que concierne a mi vida, y a los demás, aunque sé que no tengo el derecho de opinar ni de ellas, ni de ellos; es puramente físico. Depende el sitio en el que nos encontramos. Una ciudad, una habitación. Solas y solos, o en compañía. Con muebles, o sin ellos. Con cubiertos o en el sofá. Con música (buena música) o sin ella. Por lo que además, tengo también una extraña obsesión con las palabras. Cada palabra con la que explico, esconde múltiples sensaciones. Sensaciones y recuerdos que ahora increíblemente puedo decir. Y me parece muy importante cómo se utilizan ésas palabras. El momento, el lugar y la persona. Y es que a veces, es mejor guardarse las palabras, o al menos, no abusar de ellas. Y dejar, no pasar el momento, sino esperarlo. Esperarlo a cuando sepamos cómo actuar. 
De esta manera, yo soy la primera persona que a cada cosa, le quiero dar una palabra. A la mesa, la llamaré mesa. A la silla, la llamaré silla. Pero trato de recordar, que no se puede hacer eso con todo. Ni siempre. Las relaciones que tengo, no sé cómo llamarlas. Los amigos que tengo tampoco. Y no porque no sean mis amigos, sino porque en muchas ocasiones, yo no me comporto como una buena amiga. Y a las sensaciones extrañas que me hacen feliz, mucho menos. Son momentos, tan pequeños, tan efímeros. No pueden tener nombre, ellos tampoco. Tan sólo pueden tener, éso mismo. Ése mismo misterio que los hace tan deseables. Y los recuerdas una y otra vez, hasta que llega un momento que los tergiversas. Pero como un cigarro, desaparecen. 



Saco el cigarro de la caja. Lo cojo, lo miro, le doy vueltas y lo golpeo. Normalmente lo suelo hacer contra el reloj, así lo controlo. Me lo meto en la boca, y lo sostengo con mis labios. Cojo el mechero, que suelo llevar en el bolsillo. Escondo el cigarro entre mis manos y lo enciendo. Exhalo. Me entra el humo. Y me viene la sensación. Comienza en la garganta, y poco a poco en mi cuerpo. Y sale fuera. Comienza a recorrerme la sensación por todo el cuerpo. Se me erizan los pelos del brazo y me abrazo. Me abrazo a mi misma, mientras expulso el humo. Miro el cigarro, satisfecha. Vuelvo a fumar, vuelvo a exhalar, y vuelve la sensación. Me toco la nuca, me toco el pelo recogido en un moño. Suelto el humo y lo miro. Veo como se va. Ese humo que ha estado en mis pulmones y me ha llegado por todo el cuerpo. Suelto ceniza. Veo cómo avanza el cigarro. Vuelvo a fumar. Salta el salvapantallas, se queda negro. Y me veo, me veo reflejada en el portátil. Suelto ceniza y vuelvo a fumar. Me gusta verme fumar. Me gusta ver cómo se enciende el cigarro. Ésta vez aguanto más, y vuelve de nuevo el humo. Suelto. Tiro ceniza. Me queda poco. Juego con el cigarro en mi mano. Lo miro, le doy media vuelta. Vuelve a mis labios. Primero como un caramelo. Mirándome en la pantalla negra. Vuelvo a exhalar, y vuelvo a ver ese fuego del cigarro. Suelto el humo. Suelto ceniza. Me queda poco. Me sigo abrazando. La nuca, los brazos, las manos. No me queda nada. La sensación va desapareciendo. La noto, pero estoy contenta. Exhalo, expulso. Miro el humo. Fumo. Exhalo y expulso. Suelto ceniza. Sólo me queda uno. Miro las cenizas en el cenicero. Es hora de terminar. Un poco más pienso. Uno más sería perfecto. Uno más doy. Exhalo y expulso. Y me quedo con ese sabor amargo del cigarro, que también tanto me gusta. Amargo. Amargo y sincero. Se ha terminado, y me lo dice él mismo. Se terminó.

viernes, 19 de agosto de 2011

Vendetta

- Es la hora, tengo que marcharme. 
- Eso lo has decidido tú, todavía estás a tiempo de quedarte. 
- Aquí ya no me queda nada, necesito algo nuevo. 
- Estoy yo. 



- ¿No dices nada?
- No sé que quieres que te diga. 
- Quiero que me digas algo. No sé. Quédate. ¿Por qué no te quedas por mi?
- ¿No ves que no puedo hacer eso?
- Porque me arrepentiría toda la vida. No puedo desaprovechar esta oportunidad. 
- Podemos perder lo nuestro. ¿Eso no te importa?
- Manuel, eres un egoísta. 
- Tú sí que eres una egoísta Carlota. Una egoísta y una cínica. ¿No te ves?
- No veo nada de lo que me avergüence. Creía que lo entendías. 
- Y yo creía que te gustaba. Claro, claro. 
- No voy a seguir con esta conversación. Si no lo comprendes. Si no te alegras de que me vaya, será que no eres tú el que me quiere. 
- Claro que no te quiero, puta zorra. Lo que no quiero es que te vayas. ¿Acaso no entiendes eso? 
- Estás loco. 
- Claro que estoy loco. Tú me has vuelto loco. Siempre hemos hecho lo que has querido. Lo que has querido. Y ahora que ya no puedo darte nada más, te vas. 
- ¿De verdad crees eso, tan sólo busco eso? 
- Por supuesto, pero si tú también lo sabes. Ahora buscas otra afición, otro atractivo. Pues no lo vas a encontrar. Te lo digo yo, y te lo dirán todos los que vengan. Que eres una zorra, que nunca has querido a nadie, ni querrás nunca. 
- Pero disfruto. 
- Claro que disfrutas. Jodiendo a los demás. 
- ¿Eso he hecho tan sólo?
- ¿Me estás tomando el pelo? ¿Crees que soy gilipollas? 
- Acabas de decir que disfruto jodiendo a los demás. 
- Por supuesto. Eso es lo que haces. 
- No entiendo como dices eso. No lo entiendo. 
- Yo sí que no te entiendo a ti. 
- ¿Pues sabes qué? Que igual tienes razón. Igual soy así. Así de egoísta, de cínica, de hipócrita y de egocéntrica. Pero te enamoraste de mi, ¿verdad? Al principio no, pero después. Después fue cuando te volví loco.
- Cállate. 
- Y no sólo no te enamoraste de mi, sino que sigues enamorado. 
- Cállate Carlota. 
- Estás colado hasta las entrañas. Ahora mismo te gustaría poseerme. A esta sucia y asquerosa cerda. ¿Verdad? ¿A qué te gustaría? Reventarme contra la pared. Llevarme a los baños de la estación, como simples adolescentes, y estamparme contra la pared. Y follarme contra ella pero tapándome la boca porque yo no dejaría de gritar como la loca y asquerosa que soy. Y yo gritaría más, más, más, más, fóllame más duro. Y te mordiese la mano hasta que sangrases. Y luego me abofetearías, y me darías por culo. Pegándome mientras me estrujaras las tetas. Hasta que gritase de tanto placer y de tanto dolor que me saliesen lágrimas. Lágrimas que luego secarías con tu polla mientras me agarrarías por la cabeza para que te la comiese. Y así seguirías. Meneandome la cabeza y machacándote la polla hasta que te corrieses y me tragase todo tu semen. Todo tu esperma hasta que vieses que me ahogaba. Y después de todo eso, aún tampoco me dejarías salir del baño hasta que tuvieses la certeza de que el tren ya había salido. Y yo me quedase tirada en el baño, arrepintiéndome de lo que había hecho. Y tú mirándome con lascivia. Sonriendo por tu doble triunfo. El de haberme conseguido, por follarme y por haber hecho que me quedase. Y todavía te estarías tocando la polla, mientras yo llorase en el suelo, pensando si volver a follarme allí mismo o convencerte para llevarme a tu casa. Para consolarme, dirías. Para consolarte de nuevo. Toda la rabia que tienes. Para que te la volviese a comer y a chupar, y para que me volvieses a follar. Y yo no me sintiese mujer, sino una sucia perra. Pues eso soy Manuel. Tan sólo soy una sucia perra, pero la que tú me has convertido. 

Manuel se quedó mirando a Carlota. Y ésta, se fue alejando poco a poco de él. Le había estado hablando muy cerca. Cada vez se había acercado más, hasta hablarle al oído. Y allí, en mitad de la estación, le había estado tocando. Frotando su mano contra sus vaqueros, sintiéndo como cada vez se ponía más dura, mientras ella continuaba hablando excitada y rabiosa. Pero ahora se estaba alejando poco a poco, hasta que alcanzó a coger de nuevo su maleta y volvieron a estar cara a cara. 

- Eso ya pasó una vez Manuel. Ahora me marchó para siempre. 

Se dio la vuelta y se dirigió para la taquilla. Y no esperó ningún otro tren. Cogió el primero que encontró. Y Manuel se quedó sólo en la estación y excitado, mirando como su perra se había escapado. Se fue al baño a masturbarse, al mismo baño donde la había poseído. Pero ese día, el que lloraba era él. 

jueves, 18 de agosto de 2011

Tuya

Será. Cuando hablo contigo tengo ganas de escribir. Pero creo que son ganas por una cierta envidia que te tengo. Envidia cuando me cuentas el entusiasmo que pones, envidia cuando te salen aquellas palabras que yo consigo sacar. Y son celos los que te tengo, porque eres capaz de expresarte y yo no.
Ya son las doce, y estoy a tan sólo unas horas de verte. Llevo unos días muy débil, pero ahora mismo estoy mareada. También será que estoy nerviosa, porque después de tanto tiempo nos volvemos a encontrar. Y me volveré a encontrar con esos celos que tanto odio que volverán a ser motivo de discusión. Pero esta vez, a diferencia de las anteriores, aprovecharé a contártelo. Que no eres más que un juego, un simple pasatiempo de media tarde y de media noche, y de pronto mañana cuando no discutimos. Un hombre de tan sólo un rato. De unas palabras, unas caricias y un hasta luego. Ya nos veremos. Y que son esos celos que te tengo, tu único atractivo.
Las doce y media, y me voy de casa. La noche está oscura, y te imagino en la parada desorientado, como tantas veces. Qué risa. Me haces gracia, pienso. ¿Cómo te puedo tener tantos celos? Y camino preguntándome cómo es que sigo quedando contigo. No eres capaz de ofrecerme nada nuevo. No eres ni guapo, ni alto, ni fuerte, ni follas bien, ni ganas dinero, ni tienes hermanos ni hermanas; ni viajas, ni te relacionas. Tan sólo lees y escribes. Idiota, pienso. Y me repito. Idiota, que desaprovechas tu vida. Idiota, idiota.
No te soporto. Te veo y no te soporto. No necesito alguien así, me digo a mi misma. Pero ya es tarde, me has visto. Me doy la vuelta y empiezo a correr. No quiero verte. Te detesto. Tengo que alejarme. No puedo verte. Pero te escucho. Te escucho correr detrás de mi, y durante un largo rato me sigues gritando mi nombre. Me gritas pero yo estoy sorda. Porque no te quiero escuchar, ni ver, ni sentir. No puedo hacerlo. Empiezo a gritar yo también, pero sigo corriendo. No quiero escucharte y te ignoro y no paro, no paro, no paro, no paro, no paro, no paro, hasta que no puedo más. Y me detengo. Ya he dejado de gritar y tan sólo escucho. El corazón está a punto de estallarme, mi cuerpo no aguanta las pulsaciones. Creo caerme. Me da vueltas la cabeza. Tendría que haberme tomado las pastillas. No tendría que haber salido corriendo. Ahora te busco. Intento tranquilizarme y escuchar, pero ya no oigo nada. Has desaparecido. Y yo estoy sola y desorientada, como tantas veces. Como esta noche.
Dos de la mañana. Te encuentro en mi portal. Y cuando te veo, me quedo petrificada. Todavía me encuentro mal, y vuelvo a sudar. Pero ahora sudo de miedo, de espanto. Ya no puedo correr, estás aquí. Me tienes, me tocas, me estás abrazando. Me estás abrazando. No me abraces. No me abraces. Y comienzo a llorar.
Silencio.
Al final, me acabo separando. Y te miro. Tan guapo, tan alto, tan fuerte. No te soporto. Te lo cuento. Y en mitad de la calle te digo llorando que no quiero volver a verte porque no lo soporto. Porque no soporto tu facilidad para escribir. Porque me gusta tanto. Porque aquellas noches que nos quedábamos los dos hasta la madrugada, habían sido los minutos y los segundos más bonitos de mi vida. Y no soporto la idea de que no pueda hacerlo con ninguna persona más. Porque nunca he conocido un hombre que me haya hecho sentirme tan especial. Y no quiero depender de nadie, porque quiero sentirme especial conmigo y por mi misma. Entonces me besas. Y ese odio, y esos celos, motivo de discusión, vuelven a ser motivo de deseo. Subimos a mi casa y follamos. Igual de bien que siempre lo hacemos. Pero ésta vez, no me despido con un buenas noches, sino con un hasta siempre, un hasta luego. La próxima vez, no me persigas.
No volviste a aparecer. A la mañana siguiente, me desperté y ya no estabas. Esperé un par de días, y cuando quise llamarte no me lo cogiste. Debí de imaginármelo. Idiota, me digo. Idiota, idiota, idiota, me repito. Siempre igual. Siempre se repite y nunca nada es efímero. Siempre queda.
Tiempo.
Ésta mañana, me han entregado un paquete. No tenía remitente, pero confiaba saber de quién era. Un libro. Aparecía tu nombre. Y una dedicatoria. El mío. Y una hora. Ésta. Son las doce y media de la noche. Llegas tarde, pero yo espero en la estación. Desorientada, pero como tantas veces. Pero ésta vez no quiero escapar. No puedo, y lo acepto. Al menos, ésta noche y en este momento, soy tuya.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Bastante

Es extraño. Pensar que fue casi ayer cuando escribía para alguien, y tener la certeza ahora en cambio, que tan sólo vuelven a ser sentimientos y expresiones individualistas y muy poco centradas.
Pero...
Temor y cansancio, esta noche quedaros conmigo. Tengo miedo y no quiero dormir sola.

lunes, 1 de agosto de 2011

Tú no, pero yo tampoco.

Trato de hacerlo, pero no lo consigo. Trato de escribir cuando en las peores situaciones me encuentro, pero debe de ser que todavía soy demasiado cobarde como para enfrentarme a mi misma. Y no tan sólo a mis peores miedos, sino a lo que son también mis realidades.

No puedo prometer, y nunca jurar de que vaya ser alguna vez fiel. Fiel a mis deseos, a mis aspiraciones y ambiciones. A aquellos fracasos que cometo, pero no llego a recordar. A aquellos resquicios que olvido...
Ni tú lo entiendes, ni yo lo entiendo.


¿Hay alguien allí?