- Es la hora, tengo que marcharme.
- Eso lo has decidido tú, todavía estás a tiempo de quedarte.
- Aquí ya no me queda nada, necesito algo nuevo.
- Estoy yo.
- ¿No dices nada?
- No sé que quieres que te diga.
- Quiero que me digas algo. No sé. Quédate. ¿Por qué no te quedas por mi?
- ¿No ves que no puedo hacer eso?
- Porque me arrepentiría toda la vida. No puedo desaprovechar esta oportunidad.
- Podemos perder lo nuestro. ¿Eso no te importa?
- Manuel, eres un egoísta.
- Tú sí que eres una egoísta Carlota. Una egoísta y una cínica. ¿No te ves?
- No veo nada de lo que me avergüence. Creía que lo entendías.
- Y yo creía que te gustaba. Claro, claro.
- No voy a seguir con esta conversación. Si no lo comprendes. Si no te alegras de que me vaya, será que no eres tú el que me quiere.
- Claro que no te quiero, puta zorra. Lo que no quiero es que te vayas. ¿Acaso no entiendes eso?
- Estás loco.
- Claro que estoy loco. Tú me has vuelto loco. Siempre hemos hecho lo que has querido. Lo que has querido. Y ahora que ya no puedo darte nada más, te vas.
- ¿De verdad crees eso, tan sólo busco eso?
- Por supuesto, pero si tú también lo sabes. Ahora buscas otra afición, otro atractivo. Pues no lo vas a encontrar. Te lo digo yo, y te lo dirán todos los que vengan. Que eres una zorra, que nunca has querido a nadie, ni querrás nunca.
- Pero disfruto.
- Claro que disfrutas. Jodiendo a los demás.
- ¿Eso he hecho tan sólo?
- ¿Me estás tomando el pelo? ¿Crees que soy gilipollas?
- Acabas de decir que disfruto jodiendo a los demás.
- Por supuesto. Eso es lo que haces.
- No entiendo como dices eso. No lo entiendo.
- Yo sí que no te entiendo a ti.
- ¿Pues sabes qué? Que igual tienes razón. Igual soy así. Así de egoísta, de cínica, de hipócrita y de egocéntrica. Pero te enamoraste de mi, ¿verdad? Al principio no, pero después. Después fue cuando te volví loco.
- Cállate.
- Y no sólo no te enamoraste de mi, sino que sigues enamorado.
- Cállate Carlota.
- Estás colado hasta las entrañas. Ahora mismo te gustaría poseerme. A esta sucia y asquerosa cerda. ¿Verdad? ¿A qué te gustaría? Reventarme contra la pared. Llevarme a los baños de la estación, como simples adolescentes, y estamparme contra la pared. Y follarme contra ella pero tapándome la boca porque yo no dejaría de gritar como la loca y asquerosa que soy. Y yo gritaría más, más, más, más, fóllame más duro. Y te mordiese la mano hasta que sangrases. Y luego me abofetearías, y me darías por culo. Pegándome mientras me estrujaras las tetas. Hasta que gritase de tanto placer y de tanto dolor que me saliesen lágrimas. Lágrimas que luego secarías con tu polla mientras me agarrarías por la cabeza para que te la comiese. Y así seguirías. Meneandome la cabeza y machacándote la polla hasta que te corrieses y me tragase todo tu semen. Todo tu esperma hasta que vieses que me ahogaba. Y después de todo eso, aún tampoco me dejarías salir del baño hasta que tuvieses la certeza de que el tren ya había salido. Y yo me quedase tirada en el baño, arrepintiéndome de lo que había hecho. Y tú mirándome con lascivia. Sonriendo por tu doble triunfo. El de haberme conseguido, por follarme y por haber hecho que me quedase. Y todavía te estarías tocando la polla, mientras yo llorase en el suelo, pensando si volver a follarme allí mismo o convencerte para llevarme a tu casa. Para consolarme, dirías. Para consolarte de nuevo. Toda la rabia que tienes. Para que te la volviese a comer y a chupar, y para que me volvieses a follar. Y yo no me sintiese mujer, sino una sucia perra. Pues eso soy Manuel. Tan sólo soy una sucia perra, pero la que tú me has convertido.
Manuel se quedó mirando a Carlota. Y ésta, se fue alejando poco a poco de él. Le había estado hablando muy cerca. Cada vez se había acercado más, hasta hablarle al oído. Y allí, en mitad de la estación, le había estado tocando. Frotando su mano contra sus vaqueros, sintiéndo como cada vez se ponía más dura, mientras ella continuaba hablando excitada y rabiosa. Pero ahora se estaba alejando poco a poco, hasta que alcanzó a coger de nuevo su maleta y volvieron a estar cara a cara.
- Eso ya pasó una vez Manuel. Ahora me marchó para siempre.
Se dio la vuelta y se dirigió para la taquilla. Y no esperó ningún otro tren. Cogió el primero que encontró. Y Manuel se quedó sólo en la estación y excitado, mirando como su perra se había escapado. Se fue al baño a masturbarse, al mismo baño donde la había poseído. Pero ese día, el que lloraba era él.